Desoxidar la lengua literatura Argentina

En el postumo El macró del amor, Leónidas Lamborghini, en estado de gracia, revela una poesía de dicción imprescindible
El macro del amor LEÓNIDAS LAMBORGHINI Paradiso 192 páginas
Pedro B. Rey LA NACION Cuando murió en 2009, Leónidas Lamborghini era ya octogenario, pero la
edad no impedía, gracias al empuje, frecuencia e influencia de sus obras, que se lo pudi era considerarunpoetajoven.Fueun perseverante artífice dedicado a desoxidary reinventar la lengua, ya sea con sus «reescrituras» deotros textos, de Evita o Discépolo a losSalicioy Nemoroso de Garcilaso, o con sus palabras de solicitante descolocadoque volvían serio lo cómico. El organismo de la poesía argentina se vioínfilnadodetalman era poraquella actividad, marginal durante un gran período, que casi resulta natural que siga publicando hoy, como si nada, libros ineludibles.

«Trasponer», según la definición de diccionario que figura en el epígrafede El macró del amor, consiste en colocar auna persona o cosa en lugar diferente del que ocupaba. El centenary medio de poemas, la mayoría brevísimos (hay excepciones), que aterrizan sobre las páginas de este volumen con la engañosa velocidad de una improvisación produce un juego de alteraciones inaudito. Las secciones que componen el libro («Galilea», «El redentor (Pasión, muertey resurrección)»y «Teología del pesebre») son elocuentes sobre los mundos que se superponen: Lamborghini recrea la época del Evangelio en clave de farsa contemporánea. Lo que importa, sin embargo, no es la iconoclasia sino lo que produce al aliarse con la simpledlstorsión.

La primera parte es la más nutriday revelael área en que Lamborghini se mueve con mayor sorpresa: el llano de lo popular. La brevedad es parte de la eficacia. Algunas líneas dependen sólo de las voces que circulan por ellos, como los primeros versos relacionados con los hoteles alojamientos o los de «Dos amigos se saludan», en que se intercambian insultos de corte dicharachero. Muchos otros, de las torsiones del retruécano, la ambigüedad o el arte del sarcasmo. Por los poemas de Lamborghini, en perfecta mezcolanza o cambalache, circulan «el ojo ciego del culo de la vedette» guiando a los ojos ciegos de sus admiradores, un «paparulo áulico» o un diablo que se pasea con tridente en motocicleta. Un contrabandista «hace pasar la prosa coartada por poesía»y un edificio al que convierten en escombros al ritmode la pica se convierte en mártir. Lacrónica cotidiana se metamorfosea en pantomima del bien y del mal: un demonio puede preparar droga en una cocina y hacérsela pasar a un ángel famélico por simple raviolada.

En La risa canalla o la moral del bufón (2004), volumen que aumentaba y completaba su previa Comedieta, Lamborghini se había valido de la terza rima de Dante (o de su ersatz español) para recrear con ritmo lapidario el mundo de hoy: un drogadicto podía defender su adicción ante el lector, prepoteándolo, o un bebé angelical retozar frente a una cámara publicitaria para vender papel higiénico. La bufonería del guiño dantesco reaparece en El macró del amor a jirones, a puro estiletazo de palabras. La división tripartita podría corresponder con un infierno terrenal, un purgatorio centrado en los avataresde Cristoy un paraíso en el que reina un dios desconcertado, a la espera de que el hijo se adueñe de la empresa. El «macró del amor» (combinación de palabras que concilia el habla populary un vocablo de vieja prosapia) es, en la segunda parte, el propio redentor: «Laselegía/ no/ para que trabajaran por/la paga/ sino/ para que se dieran/ en el amor/ por amor».

Las dos últimas partes, notoriamente más reducidas, quizá revelen que la obra estaba todavía en construcción. O, simplemente, que la pluma de Lamborghini se encontraba más a gusto en el barro porteño de su pseudo-Galilea que en el remedo obligado de las parabolas de pescadores o de la última cena. El macró del amor, en todo caso, está lejos de ser un libro postumo e inercia!. Confi rma que Lamborghini había trasapasado el umbral de la necesidad. Había alcanzado esa dicción imprescindible que se designa, a falta de mejor nombre, como estado de gracia.

Fuente: La Nación

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