La obesidad infantil avanza en Argentina y se ha convertido en una preocupación central para la salud pública. Se trata de un fenómeno que no solo compromete la calidad de vida de los más jóvenes, sino que también aumenta el riesgo de enfermedades cardiovasculares en la adultez, principal causa de muerte en el mundo.
Por Dr. Daniel Cassola
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Nutrición y Salud, el 13,6% de los menores de cinco años presenta exceso de peso, una cifra que se eleva al 41,1% en niños, niñas y adolescentes de entre 5 y 17 años. A este panorama se suma que la inactividad física afecta al 35% de los escolares y al 39% de los adolescentes. La Organización Mundial de la Salud advierte que el 80% de las enfermedades cardiovasculares podrían prevenirse con hábitos saludables adquiridos desde etapas tempranas, lo que refuerza la importancia de actuar cuanto antes.
La prevención comienza en la primera infancia. La lactancia materna exclusiva hasta los seis meses y complementaria hasta los dos años o más es considerada la mejor estrategia nutricional. La obesidad en menores de dos años se vincula a un 30% más de riesgo de persistir con exceso de peso en la adolescencia. En esta etapa, la promoción del juego activo, el movimiento constante y la construcción de una dieta variada con frutas, verduras, cereales integrales y proteínas magras son claves.
Un niño con obesidad a los cinco años tiene cuatro veces más probabilidades de continuar con exceso de peso en la adolescencia. Por ello, las recomendaciones incluyen la reducción de productos ultraprocesados, la limitación del consumo de azúcares y la incorporación de rutinas de actividad física y descanso adecuados.
En la edad preescolar, se aconsejan al menos 180 minutos diarios de actividad física de cualquier intensidad, preferentemente a través del juego, además de entre 10 y 13 horas de sueño. Durante la etapa escolar, el desayuno equilibrado cada mañana es esencial, junto con la reducción de gaseosas, snacks altos en sodio y comidas ultraprocesadas. El exceso de peso en esta franja etaria ya afecta a tres de cada diez escolares argentinos. Asimismo, se recomienda fomentar deportes, caminatas o bicicleta como medio de transporte hacia la escuela y limitar el tiempo de pantallas recreativas a un máximo de dos horas por día.
En la adolescencia, un momento de consolidación de la autonomía, las decisiones alimentarias cobran mayor relevancia. Se aconseja aumentar el consumo de hierro, calcio y proteínas de calidad, y evitar bebidas energéticas y alcohol. A nivel físico, se recomiendan al menos 60 minutos diarios de actividad moderada o vigorosa, complementados con deportes en equipo o actividades al aire libre. La prevención del tabaquismo y el consumo de alcohol resulta clave, ya que ambos factores incrementan de forma temprana el riesgo cardiovascular.
Más allá de la prevención, la capacitación en maniobras de reanimación cardiopulmonar (RCP) y de desobstrucción de la vía aérea es fundamental. En lactantes y niños pequeños, cada segundo cuenta. Ante un paro cardiorrespiratorio, se recomienda activar de inmediato el sistema de emergencias, iniciar compresiones torácicas y aplicar insuflaciones adaptadas a la edad, alternando hasta la llegada de asistencia especializada. En caso de atragantamiento, la maniobra de Heimlich adaptada a la edad o los golpes en la espalda pueden salvar vidas.
La disponibilidad de desfibriladores externos automáticos y la capacitación de la comunidad en su uso representan otro eslabón esencial en la cadena de supervivencia. Estas herramientas aumentan significativamente las probabilidades de sobrevida en emergencias cardiovasculares.
La obesidad infantil en Argentina no es solo una cuestión estética: constituye un factor de riesgo para enfermedades como hipertensión, diabetes tipo 2, dislipidemias y patologías cardiovasculares. Actualmente, se estima que casi 26 millones de argentinos conviven con obesidad en distintos grados, lo que convierte al problema en una prioridad sanitaria.
La adquisición de hábitos saludables desde el nacimiento hasta la adolescencia es la estrategia más efectiva de prevención primaria. El desafío consiste en avanzar con soluciones concretas y sostenibles, basadas en educación, prevención y acceso equitativo a opciones saludables. Reducir los índices de obesidad infantil implica no solo cuidar la salud de los más pequeños, sino también sentar las bases de una población adulta más sana y con menor carga de enfermedades crónicas.