El país se encuentra entre los que registran los niveles más altos a nivel mundial, un dato que preocupa a los especialistas porque se combina con el descenso en la ingesta de frutas y hortalizas, la expansión del sedentarismo y el crecimiento sostenido del sobrepeso y la obesidad.
Por Dr. Daniel Cassola
La situación impacta directamente en la incidencia de enfermedades cardiovasculares, accidentes cerebrovasculares y diabetes, que constituyen algunas de las primeras causas de mortalidad y morbilidad en el país y en el mundo.
De acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud (OPS), Argentina comparte con Chile y México el liderazgo en ventas anuales per cápita de productos ultraprocesados dentro de la región. En materia de azúcar, el país ocupa el cuarto lugar en el ranking mundial con un consumo aproximado de 150 gramos diarios por persona, cuando la recomendación internacional establece un máximo de 50 gramos, equivalente a unas diez cucharaditas. Dentro de este total, las bebidas azucaradas representan cerca del 40%, lo que evidencia la magnitud de su impacto en la dieta cotidiana.
El panorama no es más alentador en relación con el consumo de sal. En promedio, cada argentino ingiere alrededor de 11 gramos diarios, más del doble de los 5 gramos sugeridos por la Organización Mundial de la Salud. Estos cálculos incluso excluyen la sal añadida durante la cocción o en la mesa, que constituye una fuente adicional de sodio en la dieta de la población. En este punto, América Latina comparte una problemática extendida, ya que el uso excesivo de sal en la preparación de alimentos es culturalmente frecuente y difícil de modificar.
Las consecuencias de estos hábitos alimentarios son visibles en las estadísticas de salud. Según estimaciones de la Federación Argentina de Cardiología (FAC), hasta el 80% de las muertes prematuras por enfermedades cardiovasculares podrían prevenirse con una combinación de detección temprana, atención médica adecuada y cambios en el estilo de vida. La FAC, a través de la Secretaría de la Comunidad, se sumó a la campaña internacional “Cada latido cuenta”, cuyo objetivo es sensibilizar a la población acerca de la importancia de la prevención y la adopción de hábitos saludables como eje fundamental para cuidar el corazón.
En este marco, los especialistas enfatizan que una parte crucial de la solución reside en la promoción de una alimentación equilibrada, basada en productos frescos como carnes, frutas y verduras, y en la reducción de azúcares, sal y alimentos ultraprocesados. También destacan el rol de la actividad física regular, respaldada por abundante evidencia científica como una herramienta de alto impacto no solo en la prevención, sino también en la mejora de las condiciones cardiovasculares ya existentes. La combinación de dieta saludable y ejercicio constituye, según remarcan, una estrategia integral para reducir factores de riesgo.
El presidente de la FAC, Diego Echazarreta, señaló que es responsabilidad de toda la comunidad médica sensibilizar a la población sobre la necesidad de modificar hábitos que están naturalizados en la sociedad. Para Echazarreta, el desafío no es únicamente transmitir información técnica, sino lograr que esta sea accesible, cercana y capaz de inspirar a diferentes generaciones a adoptar estilos de vida más saludables. De esta manera, no solo se busca prevenir enfermedades, sino también mejorar la calidad de vida de quienes ya conviven con algún problema cardiovascular.
Los desafíos son múltiples. La tendencia al sedentarismo, el consumo generalizado de productos ultraprocesados y la baja ingesta de frutas y verduras configuran un escenario complejo. Sin embargo, los especialistas insisten en que aún hay margen para revertirlo. La detección temprana de factores de riesgo, el acceso equitativo a la atención médica y la promoción de hábitos saludables pueden marcar la diferencia. En este sentido, la OPS insiste en que la prevención es la herramienta más poderosa: cada acción orientada a reducir la sal, el azúcar y los ultraprocesados contribuye a disminuir la carga de enfermedades crónicas en la población.
En definitiva, el consumo excesivo de sal y azúcar en Argentina es mucho más que una estadística. Refleja patrones de conducta y elecciones alimentarias que afectan a todas las edades y atraviesan distintos sectores sociales.